Existe cierta tendencia generalizada a tratar de responder con actitud positiva ante situaciones que nos alteran o nos producen tristeza, como si tuviéramos que hacer ver que no nos afectan.
Incluso, dentro del inconsciente colectivo, existe el refrán “al mal tiempo buena cara”. Pero, ¿qué es exactamente el “mal tiempo”? ¿Es cuando habíamos pensado una cosa y sucede otra? Además, ¿qué beneficio obtenemos mostrando una respuesta distinta de la que sentimos en realidad? ¿es mejor que sea así? Es posible que cuando esto sucede se trate de una resistencia a expresar nuestras emociones para no molestar a los demás o por temor al juicio externo. O tal vez sea porque nos han enseñado que no es adecuado mostrar lo que sentimos ya que nos descubre sensibles, vulnerables o débiles y, hemos aprendido que exponernos puede jugar en nuestra contra.
Cada vez que no escuchamos a nuestras emociones estamos dejando de atender nuestras necesidades biológicas más básicas. Y, sin darnos cuenta, damos el primer paso para empezar a vivir en incoherencia. Nos vamos alejando de ese niño o niña que fuimos y del animal biológico que somos. Por ejemplo, cuando un bebé de meses tiene sed o hambre o tiene el pañal sucio o algún síntoma físico llora independientemente de con quién esté y de dónde esté. Trata de comunicarse con los recursos que tiene, no se dice internamente “no, ahora no, que mamá está ocupada”.
Si ponemos siempre al mal tiempo buena cara, dejamos de sentir para empezar a pensar sobre lo que sentimos.
La educación recibida en ocasiones nos exige ocultar nuestras necesidades emocionales frente a los demás e incluso frente a nosotros mismos. En este camino hemos ido olvidando lo que sentimos hasta el punto que ni siquiera lo sabemos definir. Sin embargo, sabemos explicar perfectamente las justificaciones por las cuales no nos permitimos sentir y nos apoyamos en esas interpretaciones personales para seguir manteniendo conductas alejadas de nuestras emociones.
Estar tristes o estar alegres no tiene ningún beneficio específico. Lo que es conveniente es estar triste cuando se siente tristeza, estar rabioso cuando se siente rabia y estar feliz cuando se siente alegría. Reconocer lo que sentimos y darnos el permiso para expresarlo es ser honestos con nosotros mismos y, este es el primer paso para vivir en coherencia. La clave es sentir lo que sentimos en el momento presente libres de juicio sobre las sensaciones que tenemos, igual que el bebé que fuimos.
Si aceptamos cómo nos sentimos ya no podemos hacer responsables a nadie ni a nada. Entonces, creamos las condiciones para encontrar el origen de nuestra emoción.
Es tan contraproducente vivir anclados en estados «negativos» como negarlos sistemáticamente, el cuerpo es un sistema de comunicación y las emociones son una forma de lenguaje. Ignorarlo es ignorarnos, juzgar estas emociones es juzgar una parte muy profunda de nosotros mismos.
Cuando nos permitimos sentir lo que sentimos estamos siendo auténticos y genuinos con nosotros mismos y con los demás. Este nivel de honestidad repercute en nuestro bienestar físico y emocional. Además, reconocer la propia voz interna sin dejar que nos domine es el primer paso para el bienser, para vivir en presencia. Al conectar con la energía de ese bebé que fuimos un día podemos distinguir que nació para ser, no sólo para estar. A medida que recuperamos la coherencia, poniendo mala la cara al “mal tiempo” y buena cara al “buen tiempo”, nos vamos dando espacio para recuperar la posibilidad de ser.