¿Tienes reacciones físicas que no sabes explicar? ¿Sientes miedo cuando aparentemente no pasa nada? ¿Vives como en estado de alerta? ¿Te preocupa el futuro?

Hay veces que tenemos sensaciones físicas sin justificación, sentimos taquicardia, opresión en el pecho o se nos hace un “nudo” en el estómago ante situaciones en las que parece que a nadie más le pasa lo mismo. Es como si tuviéramos miedo en situaciones en las que no habría por qué tenerlo. En este artículo queremos proponer 5 consejos para vivir la ansiedad de otra manera.
 

Observar los propios pensamientos.

Cuando nuestro cuerpo se altera como si quisiera huir de donde está aunque no haya motivo aparente podemos observar lo que nos estamos diciendo. Nuestro diálogo interno condiciona nuestra manera de vivir los acontecimientos de nuestra vida porque nos identificamos con él, nos dice si podemos estar tranquilos o en alerta. Cuando volvamos a sentir ansiedad, nos podemos preguntar: ¿Qué me estoy diciendo? ¿Con qué estoy relacionando esta situación que estoy viviendo?

Expresarnos.

Sea lo que sea lo que nos estemos diciendo lo mejor es decirlo, sacarlo fuera de nosotros. Solo el hecho de guardarnos dentro un pensamiento de sufrimiento hace que éste se multiplique. En una situación en la que vivimos ansiedad una de los factores que potencia esta sensación es que no nos damos permiso para compartir lo que nos pasa y esto nos aísla de los demás. Al expresarlo damos el primer paso para diluir sus efectos, para dejar de sentirnos separados. Para dejar de sentir miedo del miedo. Una forma de consumir una emoción es normalizándola y sacándola a la superficie en forma de palabras.

Dejar de juzgarnos.

Muchas veces hablamos de los juicios que hacemos sobre los demás pero y ¿los que hacemos sobre nosotros mismos? A veces, cuando tenemos ansiedad además de no saber qué es lo que nos pasa encima nos estamos culpando. Nos exigimos levantarnos de la cama cuando no queremos salir al mundo o nos obligamos a comportarnos normal cuando estamos muertos de miedo. Dejar de juzgarnos y observarnos con curiosidad e inocencia, como observadores externos de nuestra realidad, es fundamental para rebajar la intensidad de los síntomas.


Soltar el control.

Ser uno mismo, ser una misma. Estamos tan pendientes del qué dirán, de lo que pensarán los demás que nos olvidamos de quienes somos. Si nos ponemos una máscara cuando estamos con los padres o la pareja o el jefe o si queremos que todo el mundo esté contento estamos sembrando la semilla de la ansiedad. La ansiedad en sí misma no es mala, es un aviso de que estamos en peligro, es un intento de controlar lo incontrolable. Nos podemos preguntar qué queremos cambiar o a quién queremos cambiar. ¿Hay algo que estamos haciendo sin querer hacerlo?


Pasar a la acción
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Si sentimos ansiedad habitualmente en un determinado lugar o a una hora concreta podemos empezar a indagar qué peligro esconde esa situación determinada, preguntarnos para qué estamos viviendo esto de esta manera y, sobretodo, qué podemos cambiar.

Podríamos emplear la típica frase de Einstein de que no hay mayor locura que seguir haciendo lo mismo esperando resultados diferentes. Ante situaciones de ansiedad podemos interpretar que nuestro organismo está pidiendo a gritos una reacción por nuestra parte.

No todo el mundo reacciona de la misma manera ante una misma situación. Cada uno reacciona en función de la interpretación que hace de lo que está pasando y esa interpretación tiene que ver con nuestros recuerdos, con cosas que ya nos pasaron antes o que ya pasaron en nuestra familia. Cada situación de ansiedad es una oportunidad para descubrir aspectos escondidos de nuestra historia.

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